Un homenaje a los mejores chefs: Los padres
Avada
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¿Quién no ha oído alguna vez frases como estas o parecidas?: «Las croquetas de mi madre son las mejores del mundo», «mi padre hace una paella que te puedes morir», «el cocido de mi casa es insuperable», «cómo recuerdo las rosquillas de mi abuela», etc.
Y es cierto. No son afirmaciones u opiniones gratuitas o dudosas, son axiomas.
Que los padres –los dos, según cada caso– son los mejores cocineros del mundo no admite duda. Y es que la cocina familiar se hace desde el corazón, tiene sabor de hogar, imprime desde pequeño un sello indeleble en la memoria gustativa que no se desvanece en el tiempo. Aunque pasen muchos años, cuando se degusta un plato hecho por la madre o el padre, vuelven los recuerdos de años atrás, que se añoran, y se saborea de otra manera. Es otra cosa. No tiene nada que ver con la comida de restaurante, aunque sea exquisita, de vanguardia, con los mejores ingredientes y una presentación de cine. La comida de la madre, es la comida de la madre. No admite comparación.
Escuela de los grandes chefs
Incluso los grandes chefs han reconocido alguna vez que su vocación, la educación del gusto y la raíz de su cocina está en lo que vivieron en la casa familiar al frente de cuyos fogones estaban los padres.
Así es. Las grandes maestras de los famosos chefs y cocineros en general, han sido, principalmente, sus madres y, en algunos casos, sus padres. Antes de trabajar en las equipadas cocinas de los grandes hoteles y de los restaurantes de moda, y de elaborar platos con nitrógeno líquido o siguiendo el procedimiento de la esferificación y esas técnicas que parecen salidas de una película de ciencia-ficción, los chefs que hoy deleitan a paladares de todo el mundo tuvieron sus primeros maestros en casa: madres, padres, sin olvidarnos tampoco de las abuelas, que pusieron la semilla de la profesión que ellos decidieron emprender y en la que han triunfado.
El chef David Muñoz cocinó desde los cinco años junto a su madre, Rosi Rosillo; Mario Sandoval lo hizo antes: a los tres años su madre Teresa Huertas ya lo aupaba para que pudiera remover un caldo o hacer otras tareas; Jordi Roca por su parte hace el debido homenaje a su maestra en el libro «Las recetas de mi madre», y así, una larga lista de ejemplos. Para ellos, su casa fue su primer contacto con la cocina, donde aprendieron y experimentaron sin miedo a equivocarse. Para hacerlo con esa seguridad, lo mejor es contar con las garantías suficientes como para poder solucionar cualquier imprevisto que pueda surgir. El Seguro de Hogar MAPFRE ofrece las mejores coberturas para que el buen resultado de una receta sea nuestra única preocupación.
El secreto de su cocina
¿Qué tienen los padres para cautivar a la familia con sus guisos? La pregunta no es fácil de responder. Porque en la mayoría de los casos, no se trata de elaboradas recetas, ni de exóticos ingredientes, ni del empleo de técnicas de última generación. No. Se trata más bien de platos sencillos; con pocos ingredientes, incluso podríamos decir que humildes; de sabores naturales, nada sofisticados. Muchos de ellos, producto de la escasez del momento, en donde había que tirar de imaginación para, con un poco de esto que sobró de ayer y otro poco de aquello que apareció por allí, elaborar un rico plato que hacía las delicias de todos.
Entonces ¿Qué es? Es, podríamos decir, la cocina del corazón, del amor, de la familia, del hogar. Es un conjunto de vivencias que nos hace ser como somos y que no se pueden encontrar en ningún otro lugar.
En determinadas épocas menos prósperas que la actual, las madres –y algunos padres- no sólo han sabido ser unas chefs insuperables cuyos guisos se han marcado a fuego en nuestra memoria gustativa, sino que han sido auténticas heroínas porque, con tan escasos recursos, contra viento y marea, han conseguido alimentar debidamente a su familia y sacarla adelante.
Decididamente, las madres y los padres, son indiscutiblemente los mejores chefs del mundo.
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